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VOTAR POR NOBOA ES VOTAR POR EEUU: Ecuador en la guerra comercial EE.UU.-China como juego del ultimátum

  • Foto del escritor: ADN@+
    ADN@+
  • 10 abr
  • 22 Min. de lectura


RESUMEN EJECUTIVO EN INGLES (ARTICULO PRINCIPAL EN CASTELLANO):


The escalating trade tensions between the United States and China can be analyzed through the lens of the "ultimatum game," a concept from game theory. This perspective, discussed by Chilean economist Jorge Quiroz, suggests that the U.S. administration's strategy mirrors a player in the ultimatum game who persistently pushes the counterpart to accept a deal under the threat of severe consequences. In this scenario, the U.S. imposed increasing tariffs on Chinese goods, aiming to compel China into a more favorable trade agreement. The underlying message was clear: acquiesce to the proposed terms or face escalating economic pressure.​

Economist Dani Rodrik has highlighted that globalization has yielded uneven benefits, often favoring smaller countries while contributing to wage stagnation in developed nations like the U.S. This disparity has fueled perceptions of inequitable trade practices and has been a driving force behind protectionist policies. Rodrik emphasizes that the political backlash against globalization stems from its role in exacerbating domestic inequalities and undermining social contracts within nations. ​

In Ecuador, the upcoming presidential election on April 13, 2025, presents candidates with distinct international orientations. Luisa González, representing the leftist movement, has shown tendencies towards strengthening ties with China, reflecting a continuation of previous administrations' policies. Conversely, Daniel Noboa, the conservative incumbent, advocates for closer relations with the United States. This alignment is evidenced by his efforts to secure trade agreements and enhance bilateral cooperation. ​

The outcome of Ecuador's election could serve as a microcosm of the broader U.S.-China geopolitical rivalry. A victory for Noboa may align Ecuador more closely with U.S. interests, potentially influencing regional dynamics and trade alignments in Latin America. This scenario underscores the far-reaching implications of global trade tensions on national elections and international relations.​

In summary, the application of the ultimatum game framework to U.S.-China trade relations provides insight into the strategic maneuvers employed and their potential global repercussions. Ecuador's electoral decisions exemplify how such international strategies can permeate domestic politics, influencing a nation's foreign policy direction and economic partnerships.


La guerra comercial EE.UU.-China como juego del ultimátum


La creciente rivalidad comercial entre Estados Unidos y China puede entenderse como un juego del ultimátum en la arena global. Esta hipótesis, planteada por el economista chileno Jorge Quiroz en el programa Libre Mercado de El Líbero, sugiere que la estrategia de la administración Trump frente a China se asemejó a la de un jugador que juega siempre en modo “push, push, push” (presiona constantemente) en una partida de ultimátum. En este juego teórico, un jugador propone una división del beneficio bajo amenaza de un castigo extremo si la otra parte rechaza. De manera análoga, Trump busca con China una salida negociada con ganancias compartidas, al mismo tiempo que impone aranceles punitivos crecientes (al día de hoy se fija, en pausa, global, salvo para China, un 10% en negociación, mientras se deja a China sobre el 100% en el extremo). Trump juega para forzar a Beijing a aceptar un acuerdo. El mensaje era claro: o China cede en el terreno comercial, o Estados Unidos está dispuesto a llevar las tensiones al límite. De su parte, según Quiroz, China tiene el botón militar y Taiwan sería el elegido, pero también tiene el político, y América del Sur podría ser un espacio que se estaría ya jugando en lo político y democrático actualmente.


Antes de entrar en el caso de América Latina y Ecuador como el más cercano dentro del juego actual, vayamos a lo global, donde Trump mismo criticó frecuentemente lo que consideraba reglas comerciales asimétricas, y donde aquello sería el gatillador de la situación actual de los mercados y las políticas en el planeta.


Trump, en el pasado no lejano, denunciaba que China gozaba de trato preferencial como “país en desarrollo” en la Organización Mundial de Comercio (OMC), aprovechando reglas pensadas para economías más pequeñas. Según su visión, el orden comercial vigente permitía a China acumular superávits y subsidios encubiertos a costa de trabajadores estadounidenses. En su primera administración, Trump buscó corregir estas asimetrías: imponiendo aranceles, renegociando acuerdos y, en julio de 2019, incluso amenazando con abandonar la OMC si no se reformaban estas ventajas para economías emergentes. En esencia, ya a fines de la década pasada, EE.UU. planteó un ultimátum comercial: o se reequilibran las condiciones (propiciando una ganancia mutua en un nuevo acuerdo), o Washington elevaría la presión al máximo, sin descartar un último “botón” de respuesta no económica.


Del arancel al conflicto: presión máxima y riesgo militar


La táctica de “presión máxima” ya fue ejercida, entonces, y ya tuvo costos en el corto plazo pasado para Estados Unidos que fueron similares a los de la semana que vivimos: –volatilidad bursátil, incertidumbre para sus empresas exportadoras–, pero también, ya en una primera fase pasada, desangró a la industria china.


Sectores manufactureros orientados a la exportación comenzaron a resentir los aranceles.


Por ejemplo, ya en 2019 las exportaciones chinas a Estados Unidos registraban caídas significativas, afectando a fábricas textiles, de calzado y electrónica en Guangdong (Cantón), uno de los polos industriales de China.


Quiroz destaca, en el Líbero, cómo hoy nuevamente se espera que “Cantón se desangre” industrialmente bajo los nuevos aranceles, una metáfora de la nueva esperada y dura hemorragia de empleos manufactureros que la guerra comercial provocaría nuevamente en ciertas queridas provincias chinas (para este autor de origen chino), por la falta de acuerdos globales de nueva generación que podrían resolverse con China y EEUU sentándose a negociar un nuevo orden mundial diferente al que se ha jugado hasta el famoso "Liberation Day" de Trump.


En estas circunstancias, como se verá más adelante, Ecuador puede ser un excelente espacio de prueba sobre dicha nueva liberación negociada, cuando los votantes elijan entre Luisa y Daniel, entre China y Estados Unidos, en medio ya de una confrontación interna militar de baja escala, que se juega, de parte de Noboa, como un ultimatum nacional que la población ecuatoriana y latinoamericana se están tomando con toda la seriedad que esta elección amerita.


Mientras tanto, el aliado de Noboa, Trump parecería dispuesto a asumir turbulencias en Wall Street con tal de mantener a China contra las cuerdas comerciales. Nada diferente a lo de Noboa frente a Correa, que en último término, es y fue, como se verá más adelante, el aliado de China en Ecuador durante sus 10 años de mandato democrático desde Quito, entre 2007 y 2017, antes de la primera fase de la guerra comercial actual entre China y EEUU, intensificada desde 2019.


EL ULTIMATUM GLOBAL


A la hora de votar en Ecuador, muchos se preguntarán por lo global (deberían): ¿Qué ocurriría si la oferta-ultimátum de Trump fuese finalmente rechazada por Beijing? La hipótesis sugiere que, agotadas las herramientas económicas, el siguiente paso escalatorio sería de naturaleza militar. En otras palabras, si China no aceptase un nuevo equilibrio comercial impuesto por EE.UU., la confrontación podría trasladarse del ámbito arancelario al geoestratégico. Un escenario temido siempre ha sido la también querida Taiwán: una “invasión desesperada” de Taiwán por parte de China, ya sea como acto de distracción nacionalista ante dificultades económicas internas, o como movimiento calculado ante lo que percibe como un cerco estadounidense sería globalmente fatal, y allí, Ecuador, como América Latina, debería mirarse en el espejo de dónde estaría mejor alineado: Con China, ó con EEUU.


De hecho, en conversaciones del autor con círculos de seguridad de EE.UU. se advertía ya en la década pasada, que Pekín podría optar por la fuerza en el Estrecho de Taiwán antes de lo esperado. En 2021, un alto mando militar estadounidense alertó que China podría estar lista para tomar Taiwán hacia 2027, evidenciando la gravedad que podría alcanzar la disputa. Aunque esa fecha no está sustentada en evidencia, la fuente que lo emitió reflejaba una preocupación real, que vale la pena resaltar hoy más que nunca, para entender lo que ocurre globalmente, y lo que se debe votar localmente en América Latina: la guerra comercial no es un juego aislado, sino parte de una rivalidad sistémica que amenaza con derivar en confrontación militar si no se encauza.


DEMOCRACIA SÍ...


En suma, bajo esta óptica del ultimátum, la administración Trump habría llevado la relación EE.UU.-China a un punto límite que es la que democráticamente deberá decidir, como en un juego de ultimatum cada país latinoamericano, empezando este Domingo por Ecuador: alinearse con Trump y su oferta global y continental de una salida negociada win-win (ganar-ganar) siempre bajo la sombra de represalias extremas, o seguir el camino de China, en condiciones extremas.


El corolario implícito de la siguiente sección es que, de fracasar lo comercial, la hegemonía estadounidense estaría dispuesta incluso a considerar acciones de poder duro. Es un juego peligroso, donde China y cada uno de los jugadores que están en el tablero mundial corren el riesgo de “quedar sin nada” (pérdidas mutuas enormes) si ninguno cede.


Globalización, países ganadores y salarios estancados: la visión de Rodrik


La estrategia de Trump no surgió en el vacío, sino en respuesta a desequilibrios acumulados durante décadas de globalización. El economista Dani Rodrik ha sido uno de los analistas más agudos de las tensiones que la globalización ha generado entre ganadores y perdedores.


Sus estudios destacan que, si bien la integración global de mercados ha impulsado el crecimiento en muchos países en desarrollo (los “países chicos” en términos relativos), también ha contribuido al estancamiento de los salarios reales de los trabajadores medios en economías avanzadas como Estados Unidos.


En efecto, desde los años 1970, la productividad en EE.UU. creció sostenidamente, pero el salario real promedio de un trabajador estadounidense apenas se ha movido al alza. En términos ajustados por inflación, un trabajador estadounidense medio gana hoy prácticamente lo mismo que hace 40 años. Por ejemplo, como bien cita Quiroz, y como bien se contrasta de nuestra parte al revisar un análisis del Pew Research Center, queda claro que el poder adquisitivo del salario promedio en EE.UU. a finales de la década de 2010 era equivalente al de fines de los años 1970, lo que implica cuatro décadas de estancamiento salarial.


Mientras ello ocurría en EEUU, el resto de países, principalmente los emergentes y los de menor tamaño económico, aprovecharon la apertura comercial para escalar posiciones: economías asiáticas como Corea del Sur, Taiwán o China misma –que alguna vez fueron “jugadores chicos”– experimentaron aumentos notables en ingresos y productividad gracias a la manufactura orientada a la exportación. Incluso naciones latinoamericanas pequeñas, como Chile, furon los jaguares que antecedieron a los tigres, que apostaron por la apertura en nichos específicos han visto beneficios.


EL GRAFICO DEL ELEFANTE


Rodrik sintetiza esta paradoja de la globalización así: las reglas del juego global han premiado desproporcionadamente a las economías que lograron integrarse competitivamente, mientras que segmentos de la clase trabajadora en el mundo desarrollado vieron sus ingresos estancados o incluso reducidos en términos reales. El famoso “gráfico del elefante” del economista Branko Milanović ilustra este fenómeno: las clases medias de países emergentes han sido grandes ganadoras (con fuertes incrementos de ingresos), al igual que el 1% más rico globalmente, pero los trabajadores medianos de EE.UU. y Europa captaron muy pocos beneficios del crecimiento mundial.


Esta realidad material –millones de empleos industriales trasladados a Asia, presiones a la baja sobre salarios occidentales– alimentó un resentimiento que líderes como Trump canalizaron en forma de políticas proteccionistas. Y eso es lo que vivimos ahora.


Para entender lo que viene, es clave investigar a profundidad a Rodrik y otros académicos, que sostienen que la hiperglobalización tuvo un costo político: erosionó el contrato social en países avanzados, donde las élites urbanas y los consumidores de las ciudades se beneficiaron de bienes más baratos y mayores rentas de capital, pero el trabajador rural y el promedio general vieron cómo la “marea alta” global no elevó su barco.


Este contexto ayuda a explicar por qué Estados Unidos, a partir de 2017, estuvo dispuesto a desafiar frontalmente el consenso librecomercista, y por qué Trump gana las elecciones, cuando una y otra vez, en campaña, prometía “poner a América Primero”, lo que en la práctica significó y vuelve a significar confrontar a China –el principal símbolo de la globalización desequilibrada– para frenar lo que percibía y percibe como un juego de suma cero donde China había ganado (creciendo al 10% anual por décadas) a costa de la clase media estadounidense (con salarios estancados).


La crítica a las reglas de la OMC y el ajuste de cuentas de Trump: Seguirá Adelante.


Esto seguirá así por 4 años. Un componente central del argumento de Trump, desde los años 80s y en su libro, así como en entrevistas, ha sido, es, y será que las reglas del comercio internacional vigente eran y serían (en su visión) injustas o “amañadas” en contra de Estados Unidos.


Washington ha llegado a una especie de consenso académico, mediático, e inter-partidista, de que China se ha aprovechado de las (aún no corregidas completamente) lagunas en la OMC: desde subsidios estatales encubiertos hasta la auto-declaración de estatus en desarrollo que le daba ciertas ventajas.


Aquí cabe recordar que, cuando China ingresó en la OMC en 2001, se le otorgaron plazos y concesiones especiales bajo la premisa de que era una economía en desarrollo que necesitaba flexibilidad.


Para 2017, China se había convertido ya en la segunda economía del mundo, pero seguía clasificando como “en desarrollo” formalmente en algunos ámbitos de la OMC, lo cual le permitía, por ejemplo, mantener aranceles más altos en ciertos sectores y recibir trato especial en acuerdos.


Trump calificó esta situación de asimetría normativa como inaceptable.


En un libro muy citado por asesores de la Casa Blanca –“Death by China” de Peter Navarro, que hoy es el funcionario más cuestionado (incluso por Muks) de Trump– se enumeraban las múltiples formas en que, según ellos, China “engañaba” en el comercio: manipulación cambiaria, "robo" de propiedad intelectual, dumping industrial, etc.


Si a esto se suman las ventajas de la OMC, el diagnóstico de Navarro y Trump era y seguirá siendo que Estados Unidos juega con desventaja en el comercio global. Durante su actual y su pasada presidencia, no solo continuará lo que antes inició: la guerra arancelaria contra China, sino que también bloqueará nuevamente el mecanismo de apelación de la OMC (paralizando el órgano de resolución de disputas) y renegociará ya no solo acuerdos como el NAFTA, sino los acuerdos con todos los países del planeta, literalmente, con todo el mundo.


En el contexto del juego del ultimátum, podemos interpretar que Trump sigue buscando reescribir las reglas del juego: quitar a China los beneficios de un sistema multilateral que, a su juicio, no habría logrado contener los "abusos" chinos. Sus discursos en la ONU y en foros internacionales han abundado siempre en críticas a la OMC por tratar mejor a países que a EE.UU., y advertencias de que EE.UU. haría valer su poder unilateralmente si la situación no cambiaba.


Hoy lo está haciendo y estos 3 meses de pausa son solo un elemento táctico para dar espacio a los técnicos para buscar soluciones de 100 días que deberán implementarse sí o sí, cuando pase dicho tiempo.


Esta postura deja atrás décadas de política estadounidense más inclinada al compromiso gradual dentro del sistema multilateral. Es, en efecto, un ajuste de cuentas: si la OMC no frena a China, EE.UU. lo hará por su cuenta –aunque ello supusiera socavar la propia OMC–, como ya está ocurriendo.


Para China, obviamente, esta agresiva estrategia estadounidense se vivió y se vive como una traición al orden internacional del que ambas potencias se habían y se han beneficiado.


Beijing argumentó siempre que seguía siendo un país en desarrollo en muchos aspectos (su PIB per cápita es una fracción del estadounidense) y que EE.UU. buscaba frenar su crecimiento legítimo. Pero más allá de la retórica, lo cierto es que la presión surtió algún efecto ya: durante la primera fase de esta ya no tan joven guerra comercial, China ofreció aumentar sus importaciones de productos agrícolas y energéticos de EE.UU., y en enero de 2020 se firmó la “Fase 1” de un acuerdo comercial donde China se comprometió a comprar $200.000 millones adicionales en bienes estadounidenses en dos años (un objetivo que finalmente no se cumplió del todo, en parte por la pandemia).


Aún así, para lo que viene, esto deberá cumplirse sí o sí, pero se deberá avanzar sí o sí también, en las cuestiones de fondo –subsidios tecnológicos, rol de empresas estatales, ciberrobos– y otros elementos que hasta el final de la administración Trump 1 quedaron sin resolver.


La vez pasada, el juego del ultimátum quedó en tablas temporales, con tarifas elevadas aún vigentes y relaciones deterioradas, pero esta vez puede irse más allá si China así lo decide.


Lecciones para votar en economías pequeñas: Chile en los 70 y Ecuador en los 2000


¿Cómo encaja la hipótesis del ultimátum global en la experiencia democrática que confrontan países más pequeños como Chile o Ecuador, Perú, el mismo México, la mismísima Colombia, y por supuesto Argentina, o incluso Panamá, Bolivia, y Venezuela?


Paradójicamente, las tensiones de la globalización también obligan a los países pequeños a reflexionar sobre sus propias estrategias de desarrollo.


Chile y Ecuador ofrecen casos ilustrativos de cómo mejorar la productividad interna con políticas propias (arancelarias o monetarias), sin depender totalmente de la apertura externa.


  • En los años 70, Chile llevó a cabo una de las liberalizaciones comerciales más audaces de la región: desmontó un proteccionismo histórico y redujo sus aranceles a una tasa plana que hoy debería medirse en alrededor del 10% para regresar al tiempo de fines de esa década. Este experimento –conducido por los llamados “Chicago Boys” durante el régimen de Pinochet– buscaba exponer la economía chilena a la competencia internacional para fomentar eficiencia y disciplina macroeconómica. Si bien la apertura chilena fue casi total (y puede sobrevivir con 10% como un arancel muy bajo uniformemente), Chile combinó esa apertura con profundas reformas internas: estabilización monetaria, privatizaciones y fortalecimiento de instituciones de mercado. ¿El resultado? Chile experimentó un salto en productividad y crecimiento en las décadas siguientes, al punto de ser apodado el “milagro chileno”. Entre 1973 y 1989, su PIB per cápita creció en promedio cerca de 3% anual (a pesar de graves crisis intermedias), y luego aceleró a más de 7% anual a fines de los 80. Para 1990, Chile era la economía más competitiva de América Latina. La evidencia muestra que gran parte de este éxito se debió a la reasignación eficiente de recursos hacia sectores donde Chile tenía ventajas (minería, agricultura de exportación, forestal) una vez removidas las distorsiones previas. En otras palabras, con solo un 10% de arancel general, Chile puede volver a ser el de siempre, y el del pasado, cuando aprovechó la apertura moderada para mejorar su productividad interna, sin necesidad de protecciones elevadas. Esto sugiere que no es la altura del arancel per se, sino la combinación de políticas consistentes, lo que impulsa el desarrollo. Chile aprendió a competir globalmente, pero lo hizo después de ordenar su propia casa económica.

  • Por su parte, Ecuador en los 2000 ofrece otro ángulo: mejorar la estabilidad y productividad sin una apertura comercial radical, sino mediante una reforma monetaria audaz –la dolarización– y manteniendo aranceles moderados (compatibles con el actualmente propuesto que iría en torno al 10% en promedio). Ecuador enfrentó en 1999 una crisis económica severa: quiebra bancaria, hiperinflación y colapso de la moneda (el sucre). En el año 2000, el presidente Jamil Mahuad adoptó el dólar estadounidense como moneda oficial para contener la crisis. Los resultados fueron dramáticos: la estabilidad regresó rápidamente. La inflación, que en 1999 había llegado casi al 100%, cayó a un dígito pocos años después, y el crecimiento económico se reanudó. De hecho, entre 1999 (año de la crisis) y 2007, antes de la entrada de Correa al poder, el PIB de Ecuador se había duplicado en términos nominales gracias a la estabilidad macroeconómica y a un entorno internacional favorable​. La pobreza también descendió drásticamente: alrededor del 40% de la población estaba en pobreza en 2001, pero para 2011 ese porcentaje bajó a 17.4%, descenso atribuido en buena medida a la estabilidad económica lograda tras la dolarización y un crecimiento acelerado que en 2003-4 llegó a 8% anual.


Para lo que nos interesa, regionalmente, en América Latina, es importante resaltar que Ecuador no se volvió súbitamente más “abierto” al comercio en esos años, por la interrupción de su proceso "a la chilena" cuando optó por un socialismo anticipado que terminó con las libertades y apuntó a los derechos y las igualdades, así como optó por el protecionismo –de hecho, mantuvo aranceles protectores en torno al 10–15% e incluso aplicó algunos controles–, pero pese a ello, se creció con estabilidad y distribución cuando la dolarización eliminó la incertidumbre cambiaria, redujo primas de riesgo y facilitó la inversión pública, al menos.


En esencia, Ecuador es más representativo, hoy por hoy, de América Latina, que Chile, pues sin una libertad a ultranza, mejoró su productividad total y su clima de negocios sin depender exclusivamente de una mayor apertura comercial, sino asegurando primero un entorno macroeconómico y social estable.


De todas formas, esto se observa en el empate virtual que este Domingo debe decidirse entre Dolarización vs Derechos.


Un paralelo como este es válido también para elecciones como las que vienen en Chile, puesto que ambas economías ordenaron factores internos clave (Chile su estructura arancelaria y políticas de mercado; Ecuador su moneda y finanzas públicas) y luego cosecharon beneficios en crecimiento y productividad.


La lección para el resto de América Latina es que los países pequeños pueden ganar competitividad con reformas domésticas inteligentes. No necesitan esperar a que las superpotencias dicten las reglas globales perfectas. Un arancel uniforme bajo (como 10%) puede incluso proveer una regla global favorable, si es universal, y la señal enviada con respecto a China, puede dar cierta protección mínima a industrias nacientes al mismo tiempo que incentiva la eficiencia, y orienta el comercio e inversiones, siempre que vaya acompañado de políticas de fomento a la innovación y estabilidad económica en los que EEUU deberá dar señales más claras.


En el caso chileno, mirar hacia EEUU y menos hacia China parece que será el nuevo consenso, pues fue con EEUU que se sentaron las bases de un auge exportador. En el caso ecuatoriano, la estabilidad monetaria está garantizada por el Dólar y no por el Yuan, pues el uso del Dólar de los EEUU es lo que atrajo inversión, crédito, financiamiento, y permitió planificar a largo plazo.


Ambos casos sugieren que insertarse en la globalización con éxito requiere más que apertura comercial indiscriminada: requiere base sólida puertas adentro.


Reformas pendientes en Ecuador: seguridad, trámites y carga fiscal


Mirando el presente, países como Ecuador aún enfrentan el desafío de aumentar su productividad y crecimiento de forma sostenida. ¿Qué pendientes estructurales se pueden identificar? Los economistas suelen señalar dos ámbitos clave: el clima de seguridad y la eficiencia del Estado (incluyendo su peso tributario y regulatorio). En años recientes, Ecuador ha emprendido esfuerzos para mejorar la seguridad ciudadana, un factor crucial para la actividad económica. Tras un período de incremento de la violencia ligada al narcotráfico, el gobierno actual (presidido por Guillermo Lasso hasta 2023 y continuado en parte por las autoridades de transición) implementó medidas para reforzar la seguridad interna, con apoyo de inteligencia internacional y depuración de fuerzas del orden. Esto es fundamental porque la inversión privada huye de contextos de inseguridad; en cambio, un entorno seguro estimula el turismo, el comercio y la inversión productiva. Se ha visto una relativa mejora en ciertos indicadores de criminalidad en Ecuador en 2023, aunque el reto sigue siendo grande.


Además de la seguridad, otra área crítica es la de las trabas regulatorias. Ecuador ocupa posiciones bajas en índices de facilidad para hacer negocios, debido a trámites engorrosos, burocracia y regulaciones a veces obsoletas. Simplificar permisos, digitalizar y transparentar trámites, y eliminar reglamentaciones que encarecen la operación de pequeñas empresas podría liberar el potencial emprendedor de miles de ecuatorianos. Aquí Chile sirve de referente: con su programa “Tu Empresa en un Día” logró que abrir un negocio sea rápido y barato, estimulando la formalidad. Ecuador podría avanzar en esa dirección para sacar a más empresas de la informalidad y la baja productividad.


Un punto neurálgico es la situación fiscal. Ecuador ha tenido déficits crónicos y alta deuda pública. Tradicionalmente, se ha intentado el ajuste vía recortes de gastos o incrementos tributarios temporales. Sin embargo, la visión de economistas como Quiroz es que se requiere un reequilibrio fiscal más profundo, que implique no solo apretarse el cinturón en el gasto sino repensar el tamaño y rol del Estado en la economía. Una recomendación audaz es reducir la carga tributaria total por debajo del 20% del PIB, aliviando así al sector privado para que pueda invertir y generar empleos. Actualmente, la presión tributaria ecuatoriana ronda ese nivel (en torno a 20-22% del PIB). Bajarla aún más implicaría hacer al Estado más eficiente y focalizado en sus funciones esenciales. Esto conlleva reordenar el gasto público, combatiendo la corrupción y priorizando inversión en infraestructura y capital humano sobre el gasto corriente ineficiente.


Por supuesto, medidas de ese calibre encuentran resistencia. Tocar intereses creados en la burocracia estatal, reducir subsidios generalizados o reformar entidades públicas puede detonar protestas. Ecuador ya vivió en 2019 un paro nacional masivo cuando se intentó eliminar subsidios a los combustibles. Por ello, parte de las recomendaciones implican estar dispuesto a asumir el costo político de una gran huelga o movilización, siempre y cuando se tenga una estrategia comunicativa y de contención social. La experiencia de otras naciones muestra que las reformas estructurales suelen venir acompañadas de crisis políticas de corta duración; sin embargo, los beneficios a mediano plazo pueden justificar ese costo inicial. En síntesis, para que Ecuador no dependa únicamente de los vaivenes de la apertura externa, debe poner en orden su casa: mejorar seguridad, facilitar negocios, bajar impuestos distorsionantes y gastar mejor. Así podrá aprovechar mejor cualquier bonanza externa y resistir los shocks globales.


La encrucijada geopolítica: Ecuador entre China y EE.UU.


La pugna global entre Estados Unidos y China tiene ramificaciones en todo el mundo, incluida América Latina. En particular, la reciente elección presidencial de Ecuador en 2023 expuso una suerte de microcosmos de la guerra política global entre las potencias. Los dos candidatos finalistas parecían, simbólicamente, representar alineamientos opuestos: Luisa González, de la Revolución Ciudadana (el movimiento de Rafael Correa), y Daniel Noboa, de ADN (Acción Democrática Nacional, centro-derecha emergente). Muchos observadores vincularon a González con una postura más proclive a China y a un bloque geopolítico alternativo, mientras que Noboa se proyectó más cercano a la órbita de Estados Unidos (incluso con gestos personales hacia Donald Trump).


¿Hasta qué punto se confirman estas alineaciones? Veamos algunos hechos. Luisa González era la candidata apadrinada por el ex presidente Correa, quien durante su mandato (2007-2017) estrechó lazos sin precedentes con China. Bajo Correa, Ecuador recibió cuantiosos préstamos de bancos chinos, por un valor de $11.000 millones entre 2005 y 2014, para financiar represas, carreteras y otros proyectos. A cambio, comprometió envíos futuros de petróleo a China, volviendo al país dependiente del gigante asiático en materia financiera. Además, en 2015 Correa buscó y obtuvo otros $7.500 millones de financiamiento chino para paliar la caída del precio del crudo​. Este acercamiento a Beijing no fue solo económico: Ecuador bajo la Revolución Ciudadana ingresó a la Franja y la Ruta (la iniciativa china de infraestructura global) en 2018, y adquirió equipamiento tecnológico de empresas chinas. González, como heredera política de Correa, no ocultó su afinidad con ese modelo. Si bien en campaña no detalló una agenda exterior, se esperaba que, de ganar, mantuviera o ampliara los lazos con China y otros aliados del eje bolivariano (Venezuela, Cuba), buscando diversificar las fuentes de inversión lejos de la influencia estadounidense.


Por el otro lado, Daniel Noboa –un joven empresario de 35 años, hijo del magnate Alvaro Noboa– dio señales claras de buscar una aproximación a Estados Unidos y al mundo occidental. Un hecho destacado es que Noboa nació en EE.UU., siendo el primer presidente ecuatoriano nacido en territorio estadounidense. Más allá de lo anecdótico, durante la segunda vuelta Noboa viajó al exterior y, según trascendidos de prensa, se reunió con el ex presidente Donald Trump. Si bien no hubo confirmación oficial con foto pública, distintos reportes señalaron que Noboa hizo una visita privada a Trump en Florida durante la campaña, lo que de ser cierto indicaría un canal de comunicación abierto con el ala trumpista republicana. Ciertamente Noboa estudió en prestigiosas universidades de EE.UU. (NYU y Harvard) y sus cercanos lo describen como admirador del modelo de emprendimiento estadounidense. Tras su triunfo electoral en octubre 2023, Noboa recibió inmediatas felicitaciones de Washington y ha expresado interés en un tratado de libre comercio con EE.UU. y en cooperación en seguridad (particularmente antidrogas).


En esencia, González representará la continuidad de un Ecuador más alineado con China y el bloque ALBA, mientras que Noboa encarnará un giro hacia Washington y Occidente. Esta dicotomía repetida convierte a la elección ecuatoriana en algo más que una disputa local: adquirió y adquiere tintes de la competencia geopolítica global. No es casualidad que medios internacionales cubrieran con interés inusual esta elección, en el pasado y en este Domingo, pues estaba y estará en juego la orientación estratégica de un país sudamericano. En plena “nueva Guerra Fría” mundial, cada ficha regional cuenta.


¿Un nuevo orden global EE.UU.-China desde los Andes?


La victoria esperada de Daniel Noboa en Ecuador abre interrogantes sobre cómo un país pequeño puede navegar en el nuevo orden bipolar que parece gestarse entre EE.UU. y China.


Algunos analistas sugieren que, de consolidarse gobiernos pro-occidentales en América Latina (como potencialmente el de Noboa) al mismo tiempo que en EE.UU. regresara un liderazgo como el de Trump en 2025, se podría configurar un alineamiento hemisférico anti-China más marcado. Esto tendría implicaciones profundas: América Latina dejaría de ser un terreno relativamente neutral de disputa económica para convertirse más claramente en parte del campo de influencia estadounidense en la rivalidad con China.


Imaginemos un escenario en 2025-2026: Trump reelegido en EE.UU., y aliados suyos o con visiones afines gobernando países clave de la región (por ejemplo, Noboa en Ecuador, posiblemente gobiernos de derecha en otros países andinos o Centroamérica). En tal caso, Washington podría impulsar una especie de Doctrina Monroe 2.0 económica, buscando excluir a China de proyectos estratégicos en el continente. Ya hemos visto atisbos de eso: EE.UU. presionó a sus socios para vetar a Huawei en redes 5G; en 2023 logró que Panamá cancelara ciertas concesiones a empresas chinas; podría intensificarse esa tendencia. Un Ecuador claramente volcado a EE.UU. probablemente frenaría nuevos préstamos o inversiones chinas en sectores estratégicos (energía, telecomunicaciones) y reforzaría la cooperación con Occidente. Esto reduciría la presencia de China en la región andina y podría evitar que surjan “puntos calientes” de rivalidad duro-blanda en la zona (por ejemplo, bases logísticas chinas o puertos con control estratégico).


La pregunta es si todo esto evitaría una guerra comercial o incluso militar más profunda en la región. Un Ecuador alineado con EE.UU. difícilmente sería escenario de disputa militar directa (no veríamos, por ejemplo, a China tratando de establecer una base militar allí sin consentimiento, algo impensable con un gobierno pro-Estados Unidos). En cambio, si hubiese ganado Luisa González, algunos temían un acercamiento fuerte a China que, sumado a la precariedad institucional, pudiera abrir la puerta a una influencia china mayor –lo que a su vez podría incomodar a EE.UU. y crear fricciones. Así, la elección de Noboa en cierta forma desactiva esa posible fuente de tensión geopolítica en el corto plazo.

A nivel comercial, Noboa buscará probablemente acuerdos con EE.UU. y la Alianza del Pacífico, integrando más a Ecuador en las cadenas occidentales. Eso le resta espacio a China, pero a la vez podría proteger a Ecuador de represalias comerciales estadounidenses. Recordemos que cuando Ecuador coqueteó con China para un tratado en 2018, hubo discretas gestiones de Washington para disuadirlo. Con Noboa, esas ambivalencias desaparecen: Ecuador se define del lado estadounidense. Esto podría incentivar a EE.UU. a premiar a Ecuador con más inversión o cooperación (para exhibirlo como caso exitoso), y a China, por su parte, a replegarse parcialmente y evitar confrontación abierta en un terreno menos favorable.


Desde una mirada macro, si Trump regresa al poder a futuro tras lo que hace en 2025, es plausible que su foco principal de política exterior sea la contención de China, incluso más que la confrontación con Rusia. Trump ha sido crítico con el apoyo masivo a Ucrania contra Rusia, insinuando que preferiría un acuerdo rápido; en cambio, respecto a China, ha sostenido una línea dura consistente. Por ello, algunos vaticinan que el mundo podría dejar de orbitar tanto en torno al eje OTAN vs. Rusia (que domina los titulares hoy por la guerra en Ucrania) y pasar a definirse por el eje EE.UU. vs. China como clivaje central. En ese nuevo orden bipolar, regiones como Latinoamérica deberán alinearse o equilibrar cuidadosamente. Países con gobiernos afines a EE.UU. podrían integrarse a una suerte de “coalición de democracias de mercado” frente al bloque sino-ruso. De hecho, ya en 2022 se empezó a hablar de una “Nueva Guerra Fría global” donde China asume el rol de rival sistémico principal de Occidente. La elección de Noboa anticipa, a escala local, esa tendencia: el realineamiento de países para uno u otro lado de la contienda mundial.


Por supuesto, América Latina no es un monolito y aún conviven gobiernos de distintos signos. Brasil busca una tercera vía autónoma; Argentina oscila; México mantiene cooperación con ambos lados. Pero victorias como la de Noboa inclinan la balanza regional hacia el lado occidental. Si a ello se suma un eventual triunfo de corrientes trumpistas en EE.UU., se reforzará la idea de un hemisferio occidental más cohesionado contra la influencia china. Esto redefine el orden global: ya no se trataría solo de Washington vs Moscú como en la Guerra Fría original, sino de Washington y sus aliados (OTAN y otros) enfocados primordialmente en la competencia estratégica con Beijing.


En conclusión, la hipótesis de Quiroz del juego del ultimátum ilumina la lógica tras la guerra comercial EE.UU.-China y sus posibles derivaciones extremas. Este pulso entre gigantes ha repercutido en todo el planeta, revelando verdades incómodas de la globalización (ganadores y perdedores) y obligando a países más pequeños a posicionarse. Chile y Ecuador demuestran que, con buenas políticas internas, es posible prosperar incluso en medio de la incertidumbre global. Ecuador, en particular, se encuentra ahora en una coyuntura definitoria: bajo el liderazgo de Noboa, tiene la oportunidad de afianzar su desarrollo económico con reformas y alineamientos estratégicos que le eviten quedar atrapado en medio de la nueva rivalidad entre superpotencias. Un mundo donde el dilema ya no sea Este-Oeste como en el siglo XX, sino América vs. China en el siglo XXI, exigirá visión y valentía de líderes locales para defender los intereses de sus pueblos sin caer en juegos de suma cero impuestos desde afuera. Las piezas del ajedrez global se siguen moviendo, y Ecuador –al igual que Chile y otros países chicos– buscará asegurar que su jugada le otorgue un futuro de paz y prosperidad en este complejo tablero internacional.


Fuentes:

  • Quiroz, Jorge. (2023). Comentarios en Libre Mercado, El Líbero (Chile).

  • Rodrik, Dani. (2011). The Globalization Paradox. Cambridge University Press.

  • Pew Research Center / The Washington Post. (2018). Análisis sobre estancamiento de salarios reales en EE.UU.​en.wikipedia.org.

  • World Bank – Datos Ecuador (2022). Economía y pobreza tras dolarización​

  • Economía de Ecuador: financiamiento chino en la era Correa​

  • Elecciones presidenciales de Ecuador de 2023: detalles biográficos de Daniel Noboa​.

  • Second Cold War: referencias a nueva Guerra Fría global (Hirsh, 2022)


 
 
 

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