Es una forma de liberación.
Hace poco, los liberales y libertarios del continente veíamos con tristeza el aparente desmoronamiento de Chile como un mito de libertad, concertación, paz, y desarrollo por la vía del mercado trabajando de la mano del estado.
Hoy esa tristeza se ha convertido en esperanza.
El gran motivador de la buena expectativa es el #Rechazo a un proyecto totalitario que planeó la toma del poder político para controlar gobierno, estado, presupuesto, instituciones, sociedad, economía, cultura y territorio.
Dicho #Rechazo comienza a consolidarse como una mayoría no solo a nivel país, sino a nivel de #Santiago, que fuera el bastión de la victoria del gobierno actual de Chile, que tomó el poder político gracias al voto de la capital, pero que no ha podido controlar el gobierno, ni ha logrado hacer políticas de estado, ni logra controlar el presupuesto, ni puede efectivizar su propuesta para las instituciones, quedando al debe en la sociedad, la economía, y ciertamente, en lo cultural y en ya casi todo el territorio.
Esto no causa sorpresa, pues de Norte a Sur, los votantes iniciales que tuvo el actual Presidente, le fueron prestados en segunda vuelta. Lo mismo, los votos que de Sur a Norte tuvo la recientemente terminada Convención Constitucional, le fueron prestados a su sector.
Hubo gente del otro sector ajeno al actual gobierno que votó rechazo y votó apruebo también. Mitad y mitad. La entrada en el proceso constitucional fue otro proceso más de concertación que comenzó Chile.
El 22% que votó inicialmente rechazo quizá tuvo mejor percepción de que el camino hacia el cambio de la sociedad, la economía, y ciertamente, lo cultural y lo político en todo el territorio, no era el cambio de la constitución, el gasto en una convención, ni el riesgo de un régimen totalitario que cambiase todo para no entregar ningún beneficio, ni al país, ni al continente, ni al planeta.
Rechazar, de inicio, era negarse a perder el valuarte de un Chile luz del mundo liberal.
Rechazar, de arranque, no era cerrar las puertas al desarrollo socio-cultural democrático, sino fortalecerlo, a través del trabajo político-democrático que se vio ya presente en la elección presidencial, en la cual la derecha más sólida que tiene Chile al momento, recibió apoyo de la centro derecha para duplicar el 22% hasta llegar a un 44%, apuntando a una propuesta de centro, con matices de lo bueno de la derecha, y claro, con pinceladas de lo bueno de la izquierda.
La propuesta de la derecha perdió las elecciones presidenciales, y ha tomado palco, para dejar que la ciudadanía reflexione, mirando el proceso constitucional, su estética y su ética, sus productos y formas de obrar, y saque sus propias conclusiones, dejando la expectativa puesta en la posibilidad de llegar al 66%, recibiendo el caudal de votos no solo ya del 22% de la derecha del rechazo original, ni solo el 44% de la derecha y la centro derecha, sino llegando al 66% de la derecha, el centro y la centro izquierda, a nivel de hogares, más que a nivel de partidos.
Las últimas encuestas apuntan a que la tendencia será aquella: la supuesta victoria de la izquierda con su 78% en el plebiscito de entrada, y 56% en lo presidencial, hoy llega a 34% en el plebiscito de salida. El desgaste del gobierno le pasa factura a la convención, y el desgaste de la convención le pasa factura a la constitución y al gobierno, mostrando que el 22% de la derecha tenía razón originalmente: la ruta hacia el desarrollo social no es el camino de los derechos sin responsabilidades personales, sino el de las responsabilidades personales para tributar y permitir distribuir, voluntariamente, y no vía estado, beneficios no por derecho, sino por racionalidad e impacto.
Las soluciones políticas y estatales para los problemas sociales y territoriales generalmente fallan por lo que ha fallado la apuesta de la izquierda actual de Chile: su incapacidad real de ejecutar su plan ideal, por un vacío de incentivos a nivel humano para emprender en un darse voluntariamente al otro, y un entregarse ciegamente al estado como garante del todo.
Quizá el único lugar donde esto último funciona, es en Corea del Norte, donde las personas lloran junto a su líder máximo, mirando cada desfile con emoción, y gimen de dolor ante la más leve tos de su dios que representa su esperanza, su defensa, su amor, y su única forma de entender la vida desde su niñez, bajo la tutela educativa del estado y del partido que les enseñó a adorar a su líder.
La libertad es costosa de mantener, y por ello, es que el voto de un 66% de Chilenos por el rechazo es un aliciente para pensar que las campañas del actual gobierno de Chile, que lo acercan comunicacionalmente a los niños, son hasta incluso peligrosas, y deben ser rechazadas de la mejor forma que se puede hacer en occidente: con el voto. En ello, la centro-izquierda chilena nunca se ha equivocado. Su razón de ser centro e izquierda a la vez radica en su abstinencia de toda forma de totalitarismo, y su lejanía de toda forma de tiranía.
No es verdad que toda izquierda es mala, como tampoco es verdad que toda derecha es mala. Ambas, incluso las extremas, son opciones legítimas, pero ciertamente, el centro es lo democrático. El #Rechazo cuida el centro, y aquello, es lo que la izquierda había perdido de vista desde el 2019, cerrando los ojos tras haber despertado.
Toda esta apertura de ojos, tras el despertar, y el café del #Rechazo, están terminando de levantar a Chile para salir a trabajar de nuevo y volver a ser luz no solo de la nueva América, libre ya y libertaria quizá y ojalá, sino del propio planeta, que bien necesita de un ejemplo de resistencia al totalitarismo y por qué no decirlo, una derrota más al comunismo.
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