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El Otro Eje... 3

Actualizado: 10 sept 2020



 

Un malhumorado viejo de mierda le había puesto en sus narices una carta con una sonrisa que ella, cual antigua mesmerizadora adivinaba a leguas como falsa, fingida, o doliente.


 

Ella caminaba como si el mundo no tuviera fin. Sus pasos no tenían prisa, sin embargo.

Un día quiso ir por un café.

No trabajaba, pero le gustaba pasear. Tenía sus rentas y vivía con pequeños lujos que le quitaran la ira y las manías. Un buen café arábigo de altura hacía el truco, y como buena buscadora de experiencias, estaba siempre dispuesta a dar con sus huesos en cualquier lugar que oliera de forma prometedora.


Era ya un poco tarde ese día cuando entró al pequeño bar, un poquito empapada por una llovizna, sin mediar sentido alguno. Fue directo al baño a secar sus cabellos de color azabache que no eran largos, pero tenían un corte ameno. Aprovechó de lavarse furiosamente las manos, con un poco de exceso para una piel bastante reseca ya por el esfuerzo permanente. De todas formas, se notaba aún frescura y estructura, con unos dedos bastante más largos que los del promedio para su género, lo cual denotaba un posible gusto por el piano.


Al salir iba a alzar la mano para pedir su buen remedio espiritual pero no tuvo que hacerlo. Un malhumorado viejo de mierda le había puesto en sus narices una carta con una sonrisa que ella, cual antigua mesmerizadora adivinaba a leguas como falsa, fingida, o doliente.


“La curiosidad mató al gato” pensó, así que se sentó, y pidió explicación sobre la carta y un buen nombre de café que encontró por ahí en la carta en un breve pero experto vistazo: “Las Tolas”: ¿Me cuenta sobre éste “joven”?


La palabra final, con un tono muy andino de decirlo activó un nervio en el migrante no tan joven, no tan viejo, que rápidamente se puso activo y pidió, ágilmente, disculpas por la distracción que parecía mal humor.


Se entendieron con agilidad felina.


El le explicó que ése era un café que se producía en la zona de los Yumbos, cerca de la capital de su país, donde reinó un emperador cuya momia está perdida, y que las plantas del dichoso café habían sido adaptadas por unos amigos suyos para crecer allí, en mucha altura, con un esfuerzo de lustros, así que conocía muy bien ese café y se lo recomendaba.


A ella le pareció extraño que el hombre supiera tanto sobre el origen de su producto.


A El le pareció extraño verse conversando con una cliente a pesar de que a El solo le gustaba escucharles cuando conversaban y adivinarles los pasos, como sin permitirse salir de los límites de su ajedrez mental.


Instantáneamente recompuso la figura, pensó en su deber de no decir nada, y solo hizo un gesto, muy masculino El, como levantando la mano, indicando comprensión y acción inmediata. Su señal y lenguaje corporal alcanzó la perfección como maniobra: como la de un director de orquesta que invoca la venida de un adagio; y Ella sonrió complaciente, sin manía, con certeza y sin cobardía.


Los valientes se encontraron pensó alguien que los miraba y los estudiaba, los conocía y sabía, desde una esquina del universo, que todos los caminos conducen a Roma.


 

Continuará…



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