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EL OTRO EJE... 2

Actualizado: 10 sept 2020





Y en un mundo ideal de machos y hembras, de cobardes y valientes, donde eso es lo único cierto, por la imposición de las fuerzas de la naturaleza por sobre los vaivenes de la humanidad y su espíritu andariego, ¿cómo distinguir entre el bien y el mal, la riqueza y la pobreza, la juventud y la vejez, y a veces, solo a veces, entre el humor y la ira?



Mientras esperaba que abran el local en que trabajaba, el joven profesional migrante se preguntaba lo anterior, mientras leía un poquito de Aristóteles y su moral a Nicómano:


"El que soporta y sabe temer lo que debe temer y soportar, lo hace por una causa justa, de la manera y en el momento convenientes, y sabe igualmente tener una concienzuda seguridad en todas estas condiciones, un hombre semejante es un hombre de valor; porque el valiente sufre y obra apreciando debidamente las cosas y conforme a los dictados de la razón."


El era un garzón. Amaba lo que hacía ahora; servía los cafés... Escuchaba todos los rostros, miraba todas las palabras, cantaba todos los pasos mientras recogía todos los caminos.


Era un joven envejecido, o mejor dicho aún, como les gustaba en ese nuevo país a los clientes, era un viejo con aire juvenil. Tenía rentas pero trabajaba como los pobres; eso le permitía aprender de los ricos y poderosos, estudiarlos, alimentar su humor y reducir la ira que llevaba adentro tras haber dejado atrás su país como un valiente.


Se parecía un poco, en su nuevo personaje, a Monseñor Myriel en Los Miserables de Víctor Hugo, no como tesorero de todos los beneficios entre ricos y pobres, sino como el portador de todos los cafés necesarios para llevar ideas de unos a otros, de ricos hacia comunidades y barrios, de pobres hacia clubes de ricos.


Grandes ideas pasaban por su cabeza "pero nada hacía que cambiara o modificase su género de vida, ni que añadiera lo más ínfimo de lo superfluo a lo que le era puramente necesario": servir café.


Le pagaban lo mínimo. No era tiempo este, con la tecnología, para pedir sueldos de otros tiempos, en los cuales sus estudios le aseguraban un ingreso de gran empresario en un país de muchos pobres sin educación. Claro, en el medio, su humor siempre lo había salvado de no tener que rogar nada a nadie, y lo había condenado a tener siempre paz, aún cuando debiese estar lleno de ira, como lo estaban muchos en su entorno, ese que había dejado para ir a un lugar donde la gente viviera en paz.


Como ávido lector que era, había bajado e impreso, de en un sitio de un organismo internacional radicado en su nuevo y muy querido país, que los coreanos sí que sabían ser felices en cuanto a generarse un salario, pero que a veces tenían problemas con la bebida . Había escuchado que por momentos eran muy infelices como esclavos de la tecnología, y que en ciertas noches terminaban obligados a tomar hasta que su jefe les dijera que parasen, para luego ir a refugiarse ya por voluntad propia en el alcohol, el pollo frito y un poco más de la misma tecnología. Cosas de los orientales, pensaba, mientras leía entre líneas, saltando y sazonando sobre la base del otro documento que llevaba en su mochila para las esperas por clientes en medio de la pandemia:


"El Gobierno de la República de Corea discrepaba además con los estadounidenses sobre el tipo de ayuda exterior que recibiría. Había dos tipos: uno era la asistencia destinada a proyectos y el otro, la asistencia no destinada a proyectos específicos. La primera habría de usarse para la reconstrucción, en tanto la segunda habría de distribuirse a las empresas privadas con fines civiles. La República de Corea recibió una gran cantidad de ayuda exterior de las Naciones Unidas y los Estados Unidos en las décadas de 1950 y 1960. El Gobierno de la República de Corea prefería la asistencia destinada a proyectos, mientras que el de los Estados Unidos prefería la asistencia no destinada a proyectos específicos. Al final prevaleció la preferencia estadounidense: El Plan quinquenal de reconstrucción industrial (1949), el Plan de reconstrucción (1951), el Plan integral de reconstrucción (1954), el Plan quinquenal de reconstrucción económica (1956) y el Plan trienal de desarrollo económico (1960). Este tipo de planes de desarrollo no solo se encontraban en economías socialistas, sino en economías capitalistas como la de Francia después de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de la provincia china de Taiwán fue mucho más cooperador con los estadounidenses que la República de Corea. El monto de la ayuda como proporción del PIB tuvo su nivel más bajo, del 11%, en 1954 y su nivel más alto, del 23%, en 1957. En el marco de la ayuda concedida por la Administración de Cooperación Internacional, la asistencia destinada a proyectos representó el 27% del total y la asistencia no destinada a proyectos específicos, el 73%. Distintos planes de reconstrucción preparados por la administración de Rhee fracasaron en su objetivo de estimular el crecimiento económico en la República de Corea. No fueron más que eso: planes."


Se quedaba El con las ideas, no juzgaba en realidad si eran buenas o malas; las llevaba en su mochila, las ponía en su cabeza, las conversaba sin hablar con sus clientes, y las ponía a prueba en casa, con los vecinos, en el barrio, y sobre todo las disfrutaba mucho cuando podía irse de vacaciones, donde podía ser atendido por algún colega garzón, con quien -ahí sí- entablaba conversaciones largas mientras pedía y no apresuraba un café.


Siempre se sorprendía de la sabiduría de sus colegas que servían los cafés.



 

Continúa ...


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