He trabajado durante dos semanas con líderes del sector público, comunitario y privado de Ecuador, dialogado con académicos, inversionistas internacionales y promotores de proyectos de inversión de impacto. Mi conclusión es que Ecuador es un país que saldrá adelante.
No será fácil. Nunca lo es; sin embargo, el país está estable, crece y se desarrolla.
El país sigue avanzando a pesar de sus aparentemente graves problemas de gobernanza. El potencial de impacto está allí, en medio de mucho circo político y poco -pero suficiente- pan económico.
Hay baja inflación, no hay devaluación, hay gente con formación, proyectos, capacidad y experiencia, y sobre todo, hay muchísima riqueza natural trabajable en positivo neto.
Se equivocan quienes quieren creer que la economía ecuatoriana depende del presidente ecuatoriano; este último depende de la primera; sin embargo, esta última depende de sí misma: el país está dolarizado y tiene en la dolarización una vacuna enorme contra el peor de los males de estos meses y años en el mundo entero: la inflación.
Muchos piensan que la inversión depende del gobierno; se equivocan: el gobierno depende de la inversión. Afortunadamente, la inversión, en un país dolarizado depende de sí misma: el país es muy rico y tiene en la laboriosidad creativa de su gente un tratamiento propio contra el peor de los males de estos meses y años en el mundo entero: la recesión.
En Ecuador no faltan ideas, ni falta dinero; lo que faltan son conexiones y diálogos, pues los derechos están allí, lo mismo que los dólares. Los bancos están líquidos y seguros; ellos no dependen del régimen de turno; el régimen de turno depende de los bancos y su crédito, pero el crédito en Ecuador depende de sí mismo: lo que se requiere es generadores de cartera y proyectos capaces de brindar ideas, energía, datos, indicadores, expectativas, perspectivas, acuerdos de principio, gestiones, avances, resultados, metas e impactos a los territorios, sobre la base de diálogos que reemplazarán la incertidumbre por esperanza.
En la medida en la que la sociedad civil de Ecuador siga avanzando como lo está haciendo, la economía crecerá y el déficit fiscal terminará de cerrarse (otra herida abierta menos), y lo tributario no deberá expandirse en tasas, sino en recaudación, responsabilidades asumidas por empresas y estado, y derechos satisfechos en comunidades y ciudades.
El gobierno, en mi opinión, está dejando que las cosas entren en dicho curso, tranquilo y suave, con apoyo de inversionistas internacionales curados en salud, que no se preocupan mucho de lo que hagan o dejen de hacer los políticos ecuatorianos, pues el país lleva algunos años de delantera a lo que está pasando en Colombia, Perú y Chile, donde los derechos están recién discutiéndose.
En la medida en la cual se trabaje en grupos de profesionales organizados, en red, aprovechando los contactos y conocimientos conjuntos, creando proyectos y sumando recursos, los bancos, los inversionistas, los promotores, las comunidades, la academia, la sociedad civil y los empresarios de clase media harán la magia: la lentitud será reemplazada por la dinámica, y la reactivación brillará por sobre la oscuridad de la falta de liderazgo público.
El liderazgo privado en Quito y sus empresas, profesionales y comunidades de negocios está lleno de vitalidad. Quito será la luz de Ecuador, como lo ha sido siempre de América: cuna de libertad y haz de espiritualidad, calma y fortaleza.
Quizá no sea hoy por hoy un lugar para vivir, pero pronto lo será, pues Quito es un lugar para invertir.
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