Ayer, Lenin Moreno, ex presidente de Ecuador obtuvo un rechazo del pleno de la Asamblea Legislativa de Ecuador con respecto a su informe de gobierno, en una gestión marcada por la herencia de un país quebrado "sin mesa servida" (en sus palabras), un estallido indígena, un aumento de la deuda como herencia de su propia gestión, un incumplimiento de más del 80% del Plan Nacional de Desarrollo, una pandemia global recurrente cada centuria, un país cuyo presidente actual firmó su cuarto decreto incluyendo un código de ética para combatir la corrupción institucionalizada por más de dos lustros, una recesión que ya dura un lustro, y cifras de pobreza incrementadas en medio de riquezas naturales que no logran explotarse por falta de gobernanza, gobernabilidad, diálogo y cohesión social.
En varios artículos hemos dicho y demostrado que Ecuador es un promedio de América Latina, y que nuestra región es el promedio del planeta. Lo ocurrido en Ecuador resuena como una constante regional e incluso cada vez no solo de lo latino, sino de lo americano y global.
Los hechos recientes observados en Chile tienen muchos paralelos, cada vez más visibles, con lo que ocurre en Ecuador: conflicto asamblea-ejecutivo, rechazo al gobierno, desahorro y endeudamiento, estallido social con componentes indígenas antes impensados, aumento de la pobreza por primera vez en 20 años, una pandemia que ha creado la mayor recesión del siglo, y un presidente que observa cómo se destruye en sus narices la institucionalidad que el país ha construido como un referente regional por medio siglo, en medio de una corrupción del debate social y de la calidad del liderazgo observable en medios, amén de muestras de avance de una cultura narco que cada vez es más mentada en el diálogo en redes y foros formales, y claro, una riqueza que no logra explotarse al máximo por la falta de licencias sociales por la inviabilidad en términos de gobernanza, gobernabilidad, diálogo y cohesión social, igualmente.
Esto se observa de forma parecida en México, Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Nicaragua, Venezuela, Haití, el Caribe, América Central e incluso América del Norte, donde en los últimos años hemos presenciado la toma del Capitolio por parte de grupos polarizados en redes, al igual que hemos observado los hechos recientes en Canadá, donde una mujer líder indígena inuit (pueblo originario del Ártico de Canadá), Mary Simon, fue nombrada este martes en el cargo que sirve de vínculo con la Corona británica, en medio de la crisis generada por el triste hallazgo de cientos de cuerpos de niños indígenas, enterrados en una escuela residencial canadiense.
Simon, Llori, y Loncón son apellidos de mujeres indígenas que hoy gobiernan entes de estado en el Norte, Equinoccio y Sur de América.
Quizá la solución que se está adoptando va caminando hacia un matriarcado más ligado a las comunidades y pueblos, a lo femenino indígena cercano a la tradición y la tierra, como una forma de paliar el desastre de los últimos cuatro años, signados y marcados por estallidos, conflictividad, transiciones en doble vía entre socialismos y capitalismos en América, y países estacionados en sus propias formas de cultura de gobierno, y claro, una pandemia cuyos efectos se sintieron y afectarán por más de dos años, en adelante, y todavía.
Las economías del continente, conforme hemos analizado en múltiples documentos previos, fueron debilitadas no solo por el lado del vacío de cultura y pérdida de identidad política que permitiese sostener la institucionalidad, sino por el lado del facilismo ligado al crecimiento del relativismo que llevó a que la región entrase en un tren de gasto fiscal, corrupción, ausencia de inversión, y recesión.
La caída de la oferta y la demanda en lo económico no ha sido nada comparada con la oferta de líderes masculinos apegados al mundo de las ideas y hoy lejanos al concepto de hogar, tierra, y tradición de fondo que América trata de recuperar como lo hace un nadador que se ahoga y trata de salir hacia un espacio donde pueda recibir algo de aire para no morir por asfixia.
Al final, en el balance, la expectativa está centrándose en hallar una reacción contraria a lo que ha sido el asfixiante aumento de precios, inflación en tasas de interés, falta de oxígeno por carencia relativa de capitales, ausencia de fuerzas para seguir una ruta de crecimiento, aumento de la violencia y polarización, y lo que es más grave para todo hogar, familia y sociedad: incremento de la desigualdad, aumento de la pobreza, y el arranque de un nuevo ciclo de estallidos carentes de cuidado por los demás, en conglomerados territoriales americanos que se vuelven permanentes focos de conflicto, pérdidas de verdades pasadas que se hacen culturalmente menos evidentes, y relativismos crecientes que llevan a que las tradiciones, familias y propiedades establecidas en la región lleguen a sus límites más bajos, y los hombres y mujeres americanos suframos de un agotamiento mental sin precedentes.
Ciertamente, hay países y grupos humanos que escaparon de este panorama hasta 2019, pero otros, sobre todo los más afectados por la falta de tiempo y recursos, entraron de lleno en una espiral de ruido social lógico desde hace casi dos años ya.
Desde el segundo semestre del 2019, todo el 2020 y todo el primer semestre de este año, las revisiones que se han hecho en ADN@+ y Politics' Pub sobre las economías y sociedades de la región y el continente, nos muestran países que buscan en el liderazgo matriarcal originario una salida a los modelos de gobierno previos que deterioraban los países al mostrarlos con cada vez menos identidad, con gobiernos y sociedades sin brújula, con localidades carentes de liderazgos esperanzadores, una falta regional de referentes morales, éticos, de poder, de solidaridad, de paz, de diálogo, y de honestidad.
La llegada de lo femenino y de la fuerza de los hogares y las comunidades puede ser una salida frente al constante agotamiento de las ilusiones movilizadoras, el empobrecimiento del cuerpo económico y social de los países, la falta de inversión no solo financiera sino de las ideas, el hambre material y espiritual, y la conflictividad social que sigue amenazando con convertirse en ambiental, al colocar a los defensores finales de los territorios y de lo ancestral en las posiciones de liderazgo y defensa de los países.
Canadá, Chile, y Ecuador muestran este lado femenino e indígena, pero en lo último, la llegada al poder de lo indígena también en Perú, no es una coincidencia. No es coincidencia que en Chile se hayan elegido autoridades indígenas con sobre-representación en la Convención Constitucional, y que la misma sea la primera que se hace con criterio 100% paritario, con 50% de mujeres con un asiento garantizado, copando los espacios de poder dentro del estado desde un feminismo que no es solamente la caricatura que se observa en las calles, sino que tiene un fondo real matriarcal como una forma de luchar contra la corrupción patriarcal que ha buscado en los hogares, partidos, empresas, grupos y comunidades, la participación de líderes mujeres, de modo de encargarles dialogar y hallar junto con sus parejas, hogares e hijos, padres y parientes, un conjunto de nuevos referentes que enciendan alguna antorcha en medio de esta noche cultural continental.
Muchos analistas han confundido la llegada a cargos altos institucionales en el estado desde los grupos y movimientos políticos indígenas como un acceso del segundo socialismo del siglo 21 al poder.
No es ilógico pensar que haya intención de los líderes del derrumbado primer socialismo del siglo 21 de encontrar una boya salvadora para tapar sus corrupciones e ineficiencias en un refugio seguro centrado en las comunidades, identidades y formas de vida indígenas, y claro, en el omni-presente feminismo de calle y protesta con los senos al aire. Esa siempre ha sido su ilusión ideológica, liberal en el sentido social, pero nunca ha sido su conquista en lo político, pues lo indígena, lo territorial, lo femenino, y lo maternal usualmente son verdades trascendentes que giran hacia lo suyo propio: la verdad y la realidad, radical, como lo sabe todo varón que conviva con una mujer de raíz y pies en la tierra que lo acompañe en su caminar y en su día a día.
La muestra de esto último lo aporta el cambio de mando en Ecuador, donde una persona que gobernó en silla de ruedas le entregó el poder a una persona que hizo su campaña con bastón en una mano y la mano de su esposa tomada en la otra mano. Moreno decía que la mano derecha debía producir y la izquierda distribuir, y Lasso mostró en campaña que la una debe sostener y la otra acompañar. Son imágenes que no se entienden sin un poco de imaginación, y las votantes democráticas lo capturaron así, recibiendo señales que se convirtieron, en el caso de Ecuador, en un presidente que entró a la Asamblea a asumir el mando con un bastón, y salió apoyado del brazo, también, de una mujer indígena, de territorio local e identidad, que le acompañó literalmente codo a codo, hacia el inicio de su gestión de gobierno, unidos en los poderes ejecutivo y legislativo la derecha y la izquierda, en un nuevo tiempo y en proyección hacia un nuevo horizonte.
Si aquello funcionará o no en Ecuador, nadie lo sabe, pero si llega a funcionar con efectividad, dependiendo de su sociedad, de seguro se habrá encontrado un ADN@+, de identidad, que bien puede proyectar no solo luz para América, desde Quito, sino además, un referente de cómo se puede caminar en paz y salir de la lógica socialismos vs capitalismos, y feminismos vs patriarcalismos, indigenismos vs blanquismos y otros colorismos.
Parecería que América se puede volver adicta a la paz. Hay quienes mezclan con un poco de resentimiento la corrupción inherente al hundido barco del socialismo del siglo 21 con la lucha perversa del mundo narco, vendedor boyante de ungüentos adictivos que se le meten en el cuerpo a las personas y sociedades en progresión creciente en estos momentos de alta debilidad vivida durante el último lustro de caída de precios de las materias primas a nivel global. Parecería que aunque tal fuera el caso, eso tendría una solución basada en lo que ha hecho Ecuador y sigue haciéndolo América toda, poco a poco, como una salida real y respetable, nuevamente, para lo que viene en la post-pandemia.
Quizá los códigos de ética sean, junto a las responsabilidades que se superpongan a los derechos, lo que habrá que hacer carne para que haya justicia y paz, libertad y democracia, y caigan presos quienes abandonaron sus memorias históricas y perdieron sus legados históricos, al caer al lago de la memoria atados con una piedra formada por los dineros que se robaron.
Su muerte política y el renacimiento del liderazgo desde los hogares y las comunidades es fruto de la corrupción de los patriarcas de sus conglomerados, mezclados en el hedor de sus manos llevándose los dineros frutos del narco que dejaron progresar, untados sus cuellos blancos con los dineros podridos frutos de una reorganización del orden global, con mafias sumadas a todo lo anterior, en las que ellos participan, y desde los cuales proceden a intentar generar una toma total del continente en manos de las viejas ilusiones del socialismo del siglo 20, ese viejo conocido nuestro desde nuestra niñez en los años 70s.
Ciertamente, Cuba y Haití siguen estando ahí como testigos de un proceso de empobrecimiento asociado al socialismo y la destrucción institucional iniciada e intensificada durante la mitad del siglo pasado, pero también están Nicaragua y Venezuela con sus 40 y 30 años de cambio y realización de ese antiguo "si Somoza ya se fue, que se vaya Pinochet", o del "Alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina", esa que hoy parece ir caminando desde los migrantes venezolanos, y los candidatos presos nicaragüenses, hacia ese rumbo que se ha instalado esta semana en Chile vía una Convención Constitucional donde una parte de la mayoría se negó a cantar el himno de Chile bajo consignas como "libertad a los presos por luchar", haciendo referencia a una decena de presos por destrozos en el metro, supermercados y plazas, al son de carteles que exigían el cambio del "modelo" instalado en Chile desde 1973 hasta 1990.
La lucha "social" y "cultural" se hereda de generación en generación en la región, y la ideología de los abuelos y padres se hace raíz en los hijos y nietos, creando una cultura como la que se refleja en el título de este artículo: una sucesión tras otra de estallidos, desgobiernos, pandemias de todo tipo, corrupción creciente, recesión permanente, pobrezas recurrentes y cada vez menores riquezas americanas.
Afortunadamente, las mujeres, las comunidades, los territorios, los ancianos, y los eternos perdedores siguen apuntándose para gobernar y salir hacia el mundo con mucho más que materias primas, sino con identidad, con mucho más allá del extractivismo, con la apropiación de las identidades, y con mucho más allá de las meras rentas, el poder, y un círculo vicioso de trincas, sino con una creación de un nuevo tejido social que vaya reconstruyendo los límites entre lo bueno y lo malo, al juntar lo urbano y lo rural, y terminar cohesionando con diálogo y entendimientos, encuentros y paces varias, los nuevos caminos de América.
América toda seguirá siendo rica mientras mantenga su alegría de fondo y pueda sonreír por sobre todas sus pandemias porque seguirá haciendo lo que todas nuestras madres nos enseñaron con su ejemplo: amar a toda costa, y amar con pasión hasta que duela y jugar a ser felices eternamente, porque siempre, siempre de los siempres, "el amor es más fuerte"...
Roberto F. Salazar-Córdova, ADN@+
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